Me paso siglos enteros sin dormir. En mi libro, dice el
Yogui iluminado, así es difícil vivir, alguien tiene que seguir, alguien lo
tiene que hacer.
Duermen tanto los demás, temen tanto los demás, planean
tanto los demás. Somos los compensadores del ritmo inútil de ayer. Pasan los
días y el cuerpo se cansa, pasa hambre, tiene sueño. Dicen ¿por qué no lo
cuido? No lo cuido ni descuido: lo vivo y él me hace vivir a mí. Dicen
"así no se llega". ¿Adónde? ¿Adónde llegan las noches? ¿Qué meta
tiene la flor?
De algo estoy seguro: sólo llegaré a supermorirme. A paso
lento con Javier, por las calles que nunca tuvieron que ser, como náufragos del
sueño, divagando hasta las seis.
El sol nos cierra los ojos, nos alejamos de ayer, a ver la
absurda rutina, sólo a ver, a ver, a ver. A las seis de la mañana siempre,
siempre...
Y cuando vengan los dioses, los Dioses Divagatorios, a ver
cómo fue esto, a mirar la destrucción, estaremos esperando, tal vez uno, tal
vez otro, marcando los días, despiertos de soñar, con nuestra ropa arrugada,
agachados sobre el sol, en la esquina sin nombre, en los días sin año,
divagando, divagando..., recordando a John y Paul, a Bob y Mick Jagger,
vociferando despacio, con la obsesión espantosa de cantar eternos blues...
Quedan dos cigarrillos y mañana quién sabe. Despacito y
mirando nos iremos, por lo que fue Rivadavia, hacia el Bajo o para el centro,
tanto da si todo es nuestro. Divagando y fumando, abrazados Javier y yo,
abrazados de sueño, despiertos de risa y eternamente humanos, a tirarnos al
mundo, a dormir muchos años, libres de Dios, libres de todo, con las espaldas
en blanco, sin mañana, sin nada. Ya han venido los hombres.
Cuento escrito por Moris (Mauricio Birabent), en Noviembre
de 1966, en el mítico bar “La Perla del Once”, Ciudad de Buenos Aires, República
Argentina.
Decidí publicar este relato en mi Blog, por ser un texto guía en la etapa fundacional del Rock de Argentina. Refleja el constante vagar y divagar, inundados de arte, creatividad y sueños, por las calles de la ciudad. Sin rumbo fijo, nos acompañaban la guitarra y algún poema en una servilleta de papel, arrugada, de un bar perdido por allí. Corrían los años 70, y no imaginábamos todavía, la Larga Noche de Los Siete Años, que acabó de golpe con toda esa magia.
Carlos Migliore Bataller