21-8-1972
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Todo era alegría en la casa de los Periccelli. Al compás de los
“jingles” comerciales, danzaban la seria señora Esmeralda Periccelli, el “nene”
Carmelito Periccelli, técnico en electrónica, la “nena” Salustiana Periccelli,
el perro “Colita” a secas y el gato, que, con lo cara que estaba la vida, ni
nombre podía tener, y para más, llevaba siempre sobre sus espaldas la
pesadumbre de ver a Esmeralda, Carmelito, Salustiana y Colita, que seguían sus
movimientos, imaginándolo futuro y sabroso guiso.
El único que no danzaba con los “jingles”, debido a que regresaba muy
cansado del encuentro con su amante, era el moralista señor Danubio Periccelli.
A veces llegaba para los postres, y, como dirigido por un piloto automático, se
encaminaba directamente a la cama, misión en la que a veces, erraba sus
cálculos, y un ensordecedor ruido, indicaba que, nuevamente, el aterrizaje se
había producido sobre el estereofónico del living.
Este sonido despabilaba un poco a “Colita”, quien, absorto en la
telenovela preferida de la familia, intentaba decirle ¡shhh! con su pata peluda
y sucia (valga el detalle).
Luego, “Colita” volvía su perra mirada hacia el mismo punto donde, como
hechizados, languidecían ocho ojos y cuatro bocas abiertas, de distintos
diámetros.
¡Bahh!, gritaba don Danubio agitando su brazo derecho, mientras,
rearmándose,
trataba nuevamente
de tomar puntería, para esta vez no errar en su propósito.
Pero una noche, una de esas noches que a uno le hacen decir muchas
palabras
fuertes, pero
estimulantes, el televisor se negó a dar su imagen acostumbrada.
Los rostros se volvieron, apesadumbrados, a la mesa.
-- ¡Nos queda el combinado! -- sugirió la voz de la nena.
-- Si tuviéramos discos… -- agregó una voz no identificada.
-- O la radio, si la hubiéramos arreglado mañana, como dijo Carmelito
hace dos años continuó la misma voz.
Y así, viendo vanas las soluciones, todos se arrojaron llorando,
ladrando y maullando a los pies del difunto.
-- ¡Es el tubo!, ¡está quemado! -- gritó Carmelito, asomando su
cabezota detrás del aparato.
-- ¡Mañana, con la banda, voy a robar un tubo y te lo cambio, vieja! --
-- ¡Ay!, ¡el vivo!, “¡voy a robar un tubo, voy a robar un tubo!” --
dijo la nena.
-- Ya que vas, robá un televisor nuevo, de esos automáticos, pedazo de
estúpido,
Idiota, marmota y
carancho cabezón…--
Todos estos insultos, sobre todo el último, por su originalidad,
hicieron retroceder a Carmelito, quien,
golpeando su tremenda cabeza en la pared, cayó desvanecido, cubierto
de revoque y un
cuadro destruido…
-- ¡Ay, que será de mí!, mugió la señora Esmeralda, mientras se
arrojaba llorando sobre el lecho nupcial, comentándole a la amante de su
marido: ¿a usted le parece, a usted le parece..?, ¡después de darle doscientos
veinte voltios, bien calentitos, todos los días, ¡hacerme esto..!, ¿¡qué será
de mí, qué será de mí!? --
-- Querida, moderá el vocabulario que no estamos solos, grandísima…--
terminó
el moralista señor
Periccelli.
-- ¡Ah!, ¡no! -- gritaba la nena.
-- ¡A mí este cachivache no me hace esto, lo voy a hacer morir de
celos..!, ¡me voy a Cabildo, y al
primer coche que me pare subo..!, ¡ya vas a ver maldito puerco..! --
Se colgó su collar de costumbre, tomó la carterita y salió.
Mientras, sobre el piso inundado por las lágrimas, Colita le comentaba
al gato:
-- Viste, esta sí que se la rebusca bien, ¿no? --
Incitante le guiñaba un ojo.
CARLOS MIGLIORE
BATALLER