lunes, 21 de octubre de 2013

EL TELEVISOR, LOS PERICCELLI, Y SU MORAL INTACHABLE

21-8-1972
-
Todo era alegría en la casa de los Periccelli. Al compás de los “jingles” comerciales, danzaban la seria señora Esmeralda Periccelli, el “nene” Carmelito Periccelli, técnico en electrónica, la “nena” Salustiana Periccelli, el perro “Colita” a secas y el gato, que, con lo cara que estaba la vida, ni nombre podía tener, y para más, llevaba siempre sobre sus espaldas la pesadumbre de ver a Esmeralda, Carmelito, Salustiana y Colita, que seguían sus movimientos, imaginándolo futuro y sabroso guiso.
El único que no danzaba con los “jingles”, debido a que regresaba muy cansado del encuentro con su amante, era el moralista señor Danubio Periccelli. A veces llegaba para los postres, y, como dirigido por un piloto automático, se encaminaba directamente a la cama, misión en la que a veces, erraba sus cálculos, y un ensordecedor ruido, indicaba que, nuevamente, el aterrizaje se había producido sobre el estereofónico del living.
Este sonido despabilaba un poco a “Colita”, quien, absorto en la telenovela preferida de la familia, intentaba decirle ¡shhh! con su pata peluda y sucia (valga el detalle).
Luego, “Colita” volvía su perra mirada hacia el mismo punto donde, como hechizados, languidecían ocho ojos y cuatro bocas abiertas, de distintos diámetros.
¡Bahh!, gritaba don Danubio agitando su brazo derecho, mientras, rearmándose,
trataba nuevamente de tomar puntería, para esta vez no errar en su propósito.
Pero una noche, una de esas noches que a uno le hacen decir muchas palabras
fuertes, pero estimulantes, el televisor se negó a dar su imagen acostumbrada.
Los rostros se volvieron, apesadumbrados, a la mesa.
-- ¡Nos queda el combinado! -- sugirió la voz de la nena.
-- Si tuviéramos discos… -- agregó una voz no identificada.
-- O la radio, si la hubiéramos arreglado mañana, como dijo Carmelito hace dos años continuó la misma voz.
Y así, viendo vanas las soluciones, todos se arrojaron llorando, ladrando y maullando a los pies del difunto.
-- ¡Es el tubo!, ¡está quemado! -- gritó Carmelito, asomando su cabezota detrás del aparato.
-- ¡Mañana, con la banda, voy a robar un tubo y te lo cambio, vieja! --
-- ¡Ay!, ¡el vivo!, “¡voy a robar un tubo, voy a robar un tubo!” -- dijo la nena.
-- Ya que vas, robá un televisor nuevo, de esos automáticos, pedazo de estúpido,
Idiota, marmota y carancho cabezón…--
Todos estos insultos, sobre todo el último, por su originalidad, hicieron  retroceder a Carmelito, quien, golpeando su tremenda cabeza en la pared, cayó desvanecido, cubierto
de revoque y un cuadro destruido…
-- ¡Ay, que será de mí!, mugió la señora Esmeralda, mientras se arrojaba llorando sobre el lecho nupcial, comentándole a la amante de su marido: ¿a usted le parece, a usted le parece..?, ¡después de darle doscientos veinte voltios, bien calentitos, todos los días, ¡hacerme esto..!, ¿¡qué será de mí, qué será de mí!? --
-- Querida, moderá el vocabulario que no estamos solos, grandísima…-- terminó
el moralista señor Periccelli.
-- ¡Ah!, ¡no! -- gritaba la nena.
-- ¡A mí este cachivache no me hace esto, lo voy a hacer morir de celos..!, ¡me voy a Cabildo, y al primer coche que me pare subo..!, ¡ya vas a ver maldito puerco..! --
Se colgó su collar de costumbre, tomó la carterita y salió.
Mientras, sobre el piso inundado por las lágrimas, Colita le comentaba al gato:
-- Viste, esta sí que se la rebusca bien, ¿no? --
Incitante le guiñaba un ojo.
CARLOS MIGLIORE BATALLER

No hay comentarios:

Publicar un comentario